miércoles, 5 de noviembre de 2008

Cometario Vanessa Orrego

La tesis de Butler acerca del género, el sexo y la sexualidad como actos preformativos resulta intrínsecamente llamativa, precisamente porque el documento explicita la deconstrucción de la diferencia entre naturaleza y cultura, a partir de un discurso posestructuralista que rescata el carácter falocéntrico de la misma diferencia como premisa, la heterosexualidad como un hecho político, y el papel articulador y preformativo de la acción (reiterada) como construcción y reproducción de las formas socio-culturales e históricas.
Sin embargo, aún a costa de la apertura crítica que ofrece para mirar incluso la diferencia entre las ciencias naturales e interpretativas discutidas al interior de la sociología, me parece que en el texto “El género en disputa” se encuentra presente una suerte de olvido y/o silencio. Es así como propongo que, mientras Bulter desarrolla su tesis sobre la dominación “naturalista” que recae sobre el género, el sexo y la sexualidad; se presenta un movimiento que tiende a exhibir como principal (e incluso único) artífice de la misma al hombre, ya sea en su forma particular o general.
El capitulo mismo abre con una pequeña presentación de la teoría lacaniana, y aún cuando ello se hace especialmente para mostrar las incongruencias que nuestra la tesis de Kristeva, me parece que este mismo movimiento muestra una cierta complacencia de la autora con el psicoanálisis. Bulter no crítica la imagen del Padre castrador como fuente inaugural de la sociedad, del lenguaje y ser humano; aún cuando puede perfectamente hacerlo pues ella misma ofrece una reseña de la teoría para degustación del lector, contrariamente pareciera preferir dedicar tiempo al análisis de la obra de Kristeva, quien no habría sabido realizar una apropiación crítica de Lacan. Pero, ¿y ella?. ¿Cuál es su opinión acerca del “malestar en la cultura”, como fue definido por Freud?. Estando implícito su oposición al estructuralismo francés, éste parece emerger más bien, dentro de esta lógica, como un ataque a su extremo universalismo esencialista; y no directamente con su contenido, no por lo menos cuando éste historiza.
En el texto quedan, entonces, un conjunto de interrogantes por responder. ¿Cuál es el papel que tiene la mujer en la naturalización de los discursos sobre el género, sexo y sexualidad?. Si dejamos de lado toda consideración de la misma como un ser pasivo, tal y como Butler formula en el libro, ¿no es, entonces, necesario clarificar el rol que ella cumple en los procesos sociales de naturalización y dominación?. Mientras el papel subversivo del feminismo emerge cada ciertos tramos en la narración de la autora, el rol que tienen las mujeres en el origen mismo y la reproducción del orden social queda en silencio y olvido, y el hombre surge como el principal (sino el único) artífice.
Al respecto, me parece, por ejemplo, interesante la propuesta que Bourdieau ofrece acerca de la dominación masculina, en la cual, según él explica, la mujer juega un importante rol en la medida que como ofrece su sumisión como subordinada y reproduce las formas sociales. Por otro lado, creo que hubiese sido interesante conocer la mirada crítica al psicoanálisis que Butler reconoce en falta cuando refiere a Kristeva, con especial consideración de la lectura que Erick Fromm desarrolló del Complejo de Edipo y el análisis que Lacan hace de la dinámica del amo y el esclavo (independiente de su anclaje en una de las estructuras clínicas), haciendo con ello un posible vinculación con el mismo Bourdeau. De ambas maneras, me parece que el “olvido” del papel que tiene la mujer en el origen y mantención de status quo, no sólo deja de ser tal, sino también implica una vuelta crítica a sus propias propuestas donde lo subversivo adquiere otros matices.

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